Que me lo cuenten otros.

Que sí, que ya me sé todo eso
de contar las sílabas y burlar las
formas y de encajarlo así, como
suave. Ya sabes.

Poniendo acentos graves, descifrando
los hiatos. Tildando de macabros a los
hidalgos mentecatos. Míralo, no hay aguas
menos turbias que mis versos.

Cuentan "los hijos de" que
no comieron perdices en su boda.
Hoy se lleva más el shushi y el barón
de Rothschild, ya ves.

Pero hay cosas que no cambian,
hay cosas que no cambiaron nunca
y no cambiarán, por mucho que
nos empeñemos

por mucho que nos esforcemos.
El trono de papá es la cuna del
principe y los hijos de, de los
hijos de

Como entonces. Como todos los
eones, intentando acertar con nada
más y nada menos que las letras
esas que

mi abuela no conoce, porque debería
haber sido filósofa o dócotora pero
nadie le enseñó a leer. Y que me
cuenten lo que saben

de justicia ellos. Los hijos de, de
los hijos de, de los hijos de los
hijos de los hijos de.


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