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Mostrando entradas de junio, 2017

Sonata de Encierro.

Todo eran risas hasta que vimos las estrellas y supimos que morian, que su luz se apaga o para de viajar. Sin energía, con las sábanas Aun debajo del colchon y el Corazón anegado. Negamos la evidencia y sonreímos. Todos nosotros quisimos ser pájaros Pero entre las jaulas y los buitres hasta comer nos resulta difícil. Incendiábamos. Quisimos ser El humo. Símbolo de lucha, hierro y llanto, Tanto creimos querer que desistimos.

Para esto.

Era más cómodo antes. Cuando el salto era la causa, como si no hubiera posibles que nunca llegan a serlo. Por eso estoy aquí. Acongojado poniendo a secar al sol mis secretos, desnudándome, en secreto entre lineas que no se derriten como mi carne que hiede a mortalidad. Por eso apago las luces y enciendo las velas y prendo el romero y como si de un ritual se tratara voy haciendo descender los soles y alineando los planetas. Voy ordenando en versos la única oración que formularé en mi vida. Numerándola. Haciéndola tangible como las semillas que siembro, valga la redundancia. Para colmar los folios de esperanza y avidez que avive las llamas, hasta que rebose de hambre hasta que haga someterse a los astros, a nuestra voluntad. Esos que parecían postrarse ante nosotros cuando nuestros padres nos llevaban de la mano.

Nada lo impide.

Renombremos esta tradición, la voz del hombre en llamas, tipos incendiados sobre el papel inmaculado, feroz lamento sobre nuestros angustiados escritorios testigos de la precoz incontinencia verbal. Implicados, ordenando las palabras, buscando oro, y el significante adecuado...

Que me lo cuenten otros.

Que sí, que ya me sé todo eso de contar las sílabas y burlar las formas y de encajarlo así, como suave. Ya sabes. Poniendo acentos graves, descifrando los hiatos. Tildando de macabros a los hidalgos mentecatos. Míralo, no hay aguas menos turbias que mis versos. Cuentan "los hijos de" que no comieron perdices en su boda. Hoy se lleva más el shushi y el barón de Rothschild, ya ves. Pero hay cosas que no cambian, hay cosas que no cambiaron nunca y no cambiarán, por mucho que nos empeñemos por mucho que nos esforcemos. El trono de papá es la cuna del principe y los hijos de, de los hijos de Como entonces. Como todos los eones, intentando acertar con nada más y nada menos que las letras esas que mi abuela no conoce, porque debería haber sido filósofa o dócotora pero nadie le enseñó a leer. Y que me cuenten lo que saben de justicia ellos. Los hijos de, de los hijos de, de los hijos de los hijos de los hijos de.